Todas las almas. Javier Marías

sábado, 28 de marzo de 2009


Alvaro Pombo dijo en una ocasión: Una novela que pasa en Oxford ha de titularse por fuerza "Todas las almas", trate de lo que trate.

El escritor aludía así al emblemático College oxoniense, "All souls", tradicionalmente considerado como uno de los más prestigiosos centros de formación universitaria, al más puro estilo británico —donde tuvieron cátedra personalidades tan destacadas como el escritor Aldous Huxley, y que llegó a contar entre sus becarios con el mismo Lawrence de Arabia.

A medio camino entre la autobiografía y la ficción, el escritor madrileño, Javier Marías, parte en "Todas las almas" de su experiencia personal durante los dos años en que trabajó impartiendo clases de español en la Universidad de Oxford, para —según sus propias palabras— aunar “lo vivido o conocido con lo imaginado o inventado” y sobre ello “edificar una novela”.

Distinción ésta, —la que media entre la realidad y la ficción— que es necesario destacar, ya que desde la primera página de la novela se nos alerta de que el que habla no es el mismo que estuvo allí… el que aquí cuenta lo que vio y le ocurrió no es aquel que lo vio y al que le ocurrió.

Las almas de Javier Marías son las del reducido grupo de profesores con los
que el protagonista del relato —al que se alude únicamente como “el español”— convivió durante sus dos años de enseñanza en la citada universidad.

Un tiempo ya pasado, que el joven profesor español recuerda, de vuelta en su ciudad de origen, Madrid, como la historia de una perturbación que lo mantuvo alejado de sí mismo durante el tiempo que duró su estancia en Oxford.

Una ciudad que se le antoja gravitando fuera del mundo y del tiempo y donde, enfrentado a un trabajo anodino y sin estímulos, la vida se convierte en un doloroso ejercicio de introspección, a la espera de su regreso a Madrid. Su única satisfacción consistirá en dar largos paseos por Londres y los alrededores y rastrear las librerías de viejo en busca de piezas de coleccionista.

Lo que unido al hecho de sentirse como un extranjero en una tierra extraña, un completo desconocido a los ojos de los demás –que nada saben, apenas, sobre su persona ni sobre su pasado— y al opresivo ambiente de rutina y provincialismo que lo rodea, acabarán finalmente por provocarle una dolorosa percepción de vacío existencial y de alejamiento de la propia identidad.

Un sentimiento que, en su soledad, lo lleva a identificarse interiormente con los vagabundos que recorren las calles de Londres, algunos de ellos, hombres de letras, como él, que anegados por los recuerdos de sus vidas y el alcohol, acabaron finalmente perdidos en los pasadizos del olvido.

Y así, consciente de su condición de extranjero, el protagonista decide buscar anclajes contra el desarraigo que le provoca esta especie de anonimato social, lo cual le lleva a entablar una relación de paternal amistad con uno de los colegas de universidad, el irónico profesor homosexual Cromer-Blake —personaje entrañable y conspicuo, aquejado por la cercanía de una enfermedad mortal— y a buscar consuelo en los brazos de la también profesora Clara Bayes —casada y con un misterioso pasado emocional por desvelar— así como con el flemático profesor retirado, Toby Rylands —con un historial en su currículum que recuerda a las novelas coloniales de finales de siglo.

Personajes todos ellos apenas descritos por medio de un detalle en su apariencia, en su comportamiento, o en su carácter y que, a través de pequeñas pinceladas que se superponen, van encajando minuciosamente hasta completar el cuadro final.
Con una prosa depurada, minuciosa y reflexiva, el protagonista va así reconstruyendo, en los márgenes de sus extensas digresiones, la memoria de aquellos días en que, el peso de los recuerdos, la presencia de la muerte y el dolor de las emociones, conviven con episodios cargados de inteligente ironía acerca de las normas de comportamiento y las regias tradiciones que imperan tras los muros de la universidad.

Una perturbación, por otra parte, que, si bien el protagonista recuerda como una borrosa etapa tejida de experiencias intrascendentes y destinada a no significar nada en el conjunto de su vida, éste se esfuerza, sin embargo, en memorizar mediante la escritura, con el fin de no avocarla al olvido.

Y es que el lector intuye que, quizás finalmente, el joven profesor comprenderá que no hay vivencias irrelevantes, que es preciso esforzarse por recordar, pues la identidad personal se cimienta en los pliegues de la memoria.