¡Ay mísero de mí, ay, infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?
Fragmento de La Vida es sueño - Pedro Calderón de la Barca
Creo que este texto debe ser uno de los primeros de la literatura española en expresar de manera tan explícita y sincera el desasosiego interior de quien, por su propia naturaleza esencial, se siente a sí mismo como un desarraigado.
Quien más, quién menos, todos hemos experimentado en un momento dado de nuestra vida ese sentimiento íntimo de inadecuación que nos limita a la hora de afirmarnos ante los demás y de encontrar nuestro lugar en el mundo, provocándonos una sensación —más intuida que consciente— de extrañeza, un no reconocernos en el otro, que nos aísla y nos devuelve a lo más profundo de nosotros mismos y a un tiempo anterior, incluso, al de nuestro propio nacimiento —ese momento en que comienza a gestarse, de manera inexorable, nuestra identidad.
El conflicto que plantea, pues, este texto tiene mucho que ver con la pérdida de valores seguros y de referentes a los que agarrarse en momentos de incertidumbre. Y de todo esto es de lo que trata, de manera insuperable, La Vida es sueño. Por eso esta obra habla tanto de luz y oscuridad, de contrastes irreconciliables en apariencia, de sentimientos y pasiones a contra luz.
Tradicionalmente, quienes tienen tendencia a sufrir de manera recurrente estos episodios y deciden instalarse en una zona de rechazo más personal, desde la que quedarse a mirar, suelen ser definidos, en el mejor de los casos, como de poseer una personalidad sensible y retraída, cuando no de excesivamente nerviosos hasta llegar a la neurastenia y la patología declarada.
La realidad es que son muchos quienes, para entenderse mejor a sí mismos y el mundo que los rodea, necesitan -paradójicamente- el efecto perspectiva que conlleva siempre hacerse preguntas y destapar la caja de Pandora, dejando que los males que contiene se expandan y circulen libremente, hasta que, por mediación de Elpis -el espíritu de la esperanza depositado en el fondo-, los vapores de la especulación se asienten y todo vuelva a recuperar su aspecto original.
De autores —por atenernos a lo que nos ocupa—, se me ocurren ejemplos innumerables, bien conocidos por todos: Oscar Wilde, Franz Kafka, Edgar Allan Poe, Virginia Woolf, Katherine Mansfield, Cesare Pavese, Marguerite Yourcenar, o por poner un ejemplo más reciente, David Foster Wallace. Autores que no siempre contaron con el agrado mayoritario del público o incluso, en algunos casos, fueron tristemente estigmatizados en su tiempo, pero sin los cuales el mundo presentaría un triste tono monocromo.
Quien más, quién menos, todos hemos experimentado en un momento dado de nuestra vida ese sentimiento íntimo de inadecuación que nos limita a la hora de afirmarnos ante los demás y de encontrar nuestro lugar en el mundo, provocándonos una sensación —más intuida que consciente— de extrañeza, un no reconocernos en el otro, que nos aísla y nos devuelve a lo más profundo de nosotros mismos y a un tiempo anterior, incluso, al de nuestro propio nacimiento —ese momento en que comienza a gestarse, de manera inexorable, nuestra identidad.
El conflicto que plantea, pues, este texto tiene mucho que ver con la pérdida de valores seguros y de referentes a los que agarrarse en momentos de incertidumbre. Y de todo esto es de lo que trata, de manera insuperable, La Vida es sueño. Por eso esta obra habla tanto de luz y oscuridad, de contrastes irreconciliables en apariencia, de sentimientos y pasiones a contra luz.
Tradicionalmente, quienes tienen tendencia a sufrir de manera recurrente estos episodios y deciden instalarse en una zona de rechazo más personal, desde la que quedarse a mirar, suelen ser definidos, en el mejor de los casos, como de poseer una personalidad sensible y retraída, cuando no de excesivamente nerviosos hasta llegar a la neurastenia y la patología declarada.
La realidad es que son muchos quienes, para entenderse mejor a sí mismos y el mundo que los rodea, necesitan -paradójicamente- el efecto perspectiva que conlleva siempre hacerse preguntas y destapar la caja de Pandora, dejando que los males que contiene se expandan y circulen libremente, hasta que, por mediación de Elpis -el espíritu de la esperanza depositado en el fondo-, los vapores de la especulación se asienten y todo vuelva a recuperar su aspecto original.
De autores —por atenernos a lo que nos ocupa—, se me ocurren ejemplos innumerables, bien conocidos por todos: Oscar Wilde, Franz Kafka, Edgar Allan Poe, Virginia Woolf, Katherine Mansfield, Cesare Pavese, Marguerite Yourcenar, o por poner un ejemplo más reciente, David Foster Wallace. Autores que no siempre contaron con el agrado mayoritario del público o incluso, en algunos casos, fueron tristemente estigmatizados en su tiempo, pero sin los cuales el mundo presentaría un triste tono monocromo.
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