Parejas literarias: compartir vida y oficio

domingo, 15 de junio de 2008

Son muchos los casos de parejas unidas por la literatura, para bien o para mal.

El ejemplo más conocido: Jean-Paul Sartre (1905 - 1980) y Simone de Beauvoir (1908 - 1986).

"Trabajaremos mucho, pero llevaremos apasionadas vidas de libertad", le dijo Sartre a la autora. Y así hicieron. Su relación, totalmente abierta y alejada de todo cuanto pudiera comprometerles, estuvo plagada de infidelidades por ambas partes, de las que incluso hablaban y discutían de manera natural. Pero siempre se profesaron un profundo amor y respeto mútuo.

Sylvia Plath (1932 - 1963) se suicidó con tan sólo 31 años y una prometedora carrera literaria por delante cuando su marido, Ted Hughes, escritor también, la abandonó por la poetisa Assia Wevill. En este caso, la literatura no tuvo nada que ver en el asunto, al menos no, desde el punto de vista estricto del oficio.

La escritora irlandesa, Iris Murdoch (1919-1999), estuvo casada con el también novelista y crítico literario, John Bayley, quien cuidó de ella hasta su muerte a causa del alzheimer que padeció durante sus últimos años.

Bayley ha escrito dos libros sobre su vida al lado de Murdoch, A memoir y Elegía para Iris. Según él, la autora provocaba una irresistible atracción en todos los que la conocían; a lo que añade que ella siempre tuvo una vida sexual libre de prejucios, lo cual le llevó a mantener frecuentes relaciones fuera del matrimonio, tanto con hombres como con mujeres.

Hay quienes ven en estas memorias un acto de devoción por parte del marido hacia quien fue el gran amor de su vida; otros, entre los que me incluyo, lo consideran un golpe bajo por parte del marido despechado, quien, a través del recuerdo detallado de los últimos años en que estuvo a su lado durante la enfermedad, nos presenta una imagen degradada y humillante de la escritora, a quien creo que debió amar y odiar a partes iguales.

El de Colette (1873 - 1954) fue otro caso a destacar. Casada cuando sólo era una adolescente con Henry Gauthier-Villars, un vividor parisino conocido como Willy y autor de algunas novelas populares, su marido la animaba a escribir y después éste firmaba los libros como si fueran obra de él. Así sucedió con la serie de Claudine, sobre los recuerdos de infancia de la escritora, que alcanzó un gran éxito en su época.

Finalmente, Colette, cansada de sus frecuentes infidelidades y de la burla y la dependencia emocial a que se veía sometida, se separó de él y entonces fue cuando comenzó a afianzarse realmente su carrera de escritora

Rosa Montero, en su libro "Historias de mujeres" ataca la imagen de pareja perfecta y vida conyugal ejemplar que se fraguó entorno al escritor, Juan Ramón Jiménez (1881 - 1958), y su mujer, Zenobia Camprubí (1887 - 1956). Define la relación entre ambos como "trampa perversa" y resalta del escritor su inutilidad para lo práctico y su fragilidad mental:

"Era un hipocondríaco y en sus peores momentos creía estar agonizando; no comía, no se lavaba, no hacía planes para el día siguiente porque pensaba que ya habría fallecido. Estaba lleno de manías".

Y añade: "Sin duda, sufrió mucho.. pero hay enfermos dignos y conmovedores que sólo se dañan a sí mismos, y enfermos malignos que sobreviven a costa de destruir a los demás... Juan Ramón era, o éso dicen, de un egoismo descomunal; un misántropo reseco y amargado, un hombre a menudo cruel y mezquino."

De su mujer, Zenobia, dice que era fuerte, culta e inteligente y que vivía enteramente supeditada a las manías de su marido, con quien, antes de casarse, colaboró en la elaboración de algunas de sus obras. Tras el matrimonio renunció a todo, incluidas sus aspiraciones literarias, y no volvió a escribir nada más, aparte de sus esporádicos diarios.

Aunque en algunos casos vemos que el oficio compartido de escribir más que unir, rivalizó e incluso acabó por devorar al otro, al igual que Saturno con sus hijos, sin embargo, hay otros ejemplos más, no necesariamente tan escandalosos, en los que la literatura sirvió de apoyo y de equilibrio entre ambas partes, más que de confrontación.

Es el caso de la también pareja literaria, Leonard Woolf (1880-1969) y su mujer, Virginia Woolf (1882-1941), quien pese a llevar una existencia feliz junto a su marido, no pudo hacer frente por más tiempo a la depresión que padecía desde hacía años y decidió quitarse la vida llenando los bolsillos de su abrigo con pesadas piedras y lanzandose al río de Ouse.

Antes de hacerlo, dejó constancia del porqué de su decisión en una emotiva carta dirigida a su marido, en la que le decía: "... Tu me has dado la mayor felicidad posible... No creo que dos personas hayan sido más felices hasta el momento en que sobrevino esta terrible enfermedad...".

También compartieron vida y oficio, escritores como Kafka y Milena Jesenská; Hannah Arendt y Heidegger; H.G. Wells y Rebeca West; El poeta Shelley y Mary Shelley; Scott Fitjzgerald
y Zelda.

En España, tenemos otros ejemplos:
Carmen Martín Gaite y Rafael Sánchez Ferlosio; Ignacio Aldecoa y su mujer, Josefina Aldecoa; Jaume Fuster y Mª Antonia Olivé, entre otros.

O por citar algunos más actuales: Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo; Paul Auster y Siri Hustved; Kathryn Chetkovich y Jonathan Frazen; Michael Chabon y Ayelet Waldman; Nicole Kraus y Jonathan Safran Foer...